La nieve aún envuelve Maine como un gran abrazo maternal. A diferencia de en Nueva York, donde el sucio caos la corrompe deprisa, convirtiéndola en barro, la nieve en Maine parece estar cómoda: descansa tendida sobre los tejados de las casas victorianas y se desprende a puñados, en leves crujidos, desde el ramaje de los árboles. Y no es que Bangor sea una localidad especialmente bonita. Esta placidez emana sobre todo de sus habitantes, que dan la impresión de pertenecer a la misma familia. Una familia de individuos corpulentos y de mejillas...
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