Somos unas ratas —de laboratorio— y, conscientes o no, hacemos girar la rueda que mueve el engranaje de Facebook, Google, Twitter o Instagram. Nuestras horas de asueto son la gasolina que alimenta el motor de los grandes hermanos, de modo que el ocio se convierte en trabajo y el resultado de ese esfuerzo es ofrecido como producto por las multinacionales. Nosotros les regalamos —más que les vendemos gratis— textos, fotos, vídeos, memes y corazones para luego volver a comprarlos. Ellos ganan y nosotros perdemos —el tiempo—.
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