Estar solo se ha convertido en la era de los impulsos, la multitarea y la sobrecarga informativa, en poco menos que una enfermedad, una lacra perseguida y aplacada con píldoras mágicas y terapias de distinto pelaje. Las connotaciones negativas de la soledad y la introspección son tan universales en la cultura de masas como considerar el envejecimiento no como una consecuencia de la transitoriedad de lo que nos rodea, sino como otra enfermedad. ¿Qué puede haber peor que estar solo y envejecer?
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