La «educación para el trabajo» desde edad temprana, más que a desarrollar la personalidad de los individuos o satisfacer sus apetitos de conocimientos y superación personal, aspira a hacerlos «productivos», en el mejor sentido que esta expresión tiene en la jerga del capitalismo. Debemos asegurarnos de que el sistema educativo produzca seres humanos útiles y hábiles, hombres y mujeres sapientes y preparados, capaces de aportar a la deliberación pública permanente. Pero no herramientas vivientes o seres obedientes a los dictados de una empresa.
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