Según esta, Procusto ofrecía posada al viajero solitario, lo invitaba a tumbarse en una cama de hierro y mientras este dormía, lo amordazaba y ataba a las cuatro esquinas del lecho. En caso de que la víctima tuviera una altura considerable y su cuerpo sobresaliera por los extremos de la cama, procedía además a serrar las partes del cuerpo que la traspasaran, bien fueran los pies, las manos o la cabeza. Así vivió Procusto hasta que se topó con Teseo, quién dio la vuelta a la tortilla retándole a comprobar si su propio cuerpo encajaba en la cama.
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