En 1968, la editorial Destino, que concedía tradicionalmente el Premio Nadal a una novela escrita en castellano, convocó la primera edición del premio Josep Pla a una novela en lengua catalana. El ganador fue Terenci Moix, un joven de solo 26 años, casi desconocido, que hacía una literatura vanguardista, provocadora y moderna. Cuando su editor le llevó a que conociera a Pla en su masía del Ampurdán, este —conservador, gruñón y escéptico ante cualquier forma de modernidad— le recibió de malos modos: —Me han dicho que es usted maricón —le dijo.
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