Para nuestros ancestros, sangrar era habitual. Peleas, cortes y caídas estaban a la orden del día. Nuestra capacidad de regenerar la sangre es sorprendente, una prueba más de que la perdíamos con frecuencia. Por lo mismo, no tenemos mecanismos efectivos para evitar acumulaciones de hierro. Evolutivamente no era necesario. A medida que la civilización ofrecía mayor protección, las pérdidas de sangre se reducían. Curiosamente, una práctica central de muchas medicinas antiguas era la sangría, usando desde sanguijuelas hasta cuchillas...