Los bebés de Santa Kilda están peculiarmente sujetos a un tipo extraordinario de enfermedad; en la cuarta, quinta o sexta noche después de su nacimiento, muchos de ellos abandonan la succión; el séptimo día sus encías están tan apretados y juntas que es imposible conseguir meter nada en la garganta; poco después de este síntoma, hay ataques convulsivos, y después de luchar contra estos tormentos, su suerte es morir agotados por lo general en el octavo día.
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