La dignidad había sido arañada, humillada, ofendida, herida mil veces. En la cámara de gas, lo que entraba de la dignidad eran los últimos jirones que los condenados conservaban unidos a sus pobres harapos de carne antes de ir a entregar el alma a Dios. En el libro Treblinka, aterrador documento-investigación de los campos de exterminio, el autor cuenta cómo se hacia la selección de los hombres que debían sobrevivir unas semanas, quizás unos meses, para ser dedicados a los trabajos de recuperación y transporte de los cadáveres (...)