Está datado en el siglo III d.C. y a pesar de su tamaño (mide 2,40 por 1,05 metros), no llegó a contener el cuerpo del fallecido, sino tan solo sus cenizas. Su propietaria, una mujer de la que se desconoce el nombre (y a la que se ha bautizado como la Dama de Simpelveld), fue incinerada según el rito romano de la época y sus cenizas depositadas en el interior, donde todavía estaban cuando se abrió.
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