La música popular en nuestros días se debate entre el estatuto de mercancía degradada y la necesidad de un giro que nos devuelva el horizonte de la emoción compartida. La libertad individual se halla encarrilada por los hábitos de consumo, digitalizada, es decir, sujeta a procesos de cálculo que reducen la información a ceros y unos. Sobrado de las ventajas que el impulso electrónico proporciona, el interés inmediato impone su tónica y la música se iguala con él en dignidad escasa.
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