Si Estados Unidos era un país salvaje en los setenta, un país de asesinos en serie, traumas posbélicos y delincuencia en las calles con la llegada de la heroína y, sobre todo, el crack, Nueva York era la capital de ese salvajismo. Frente a unos años sesenta dominados por la paz y el amor californianos, los setenta eran despiadados como un equipo de hockey haciendo de brigada antidisturbios al acabar un partido. Tiempos de bandas urbanas y de policía en los parques. Agresividad latente que derivaría en una década de chiflados, como serían los oc
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