"A mi lado iba un chaval joven, tendría unos dieciséis años —o incluso quince— y estaba llorando a lágrima viva. Le habían roto la cabeza y le caía sangre por la cara... Teníamos miedo, no sabíamos dónde estábamos. A mí me pareció que estábamos en el infierno. No se puede describir de otra manera. Y resultó que sí: era el infierno". Así recordaba un preso político llamado Jerzy Bielecki su llegada a Auschwitz, guiada por la incertidumbre del destino y las palizas propinadas por los guardias de las SS.
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