Corría 1961 y los dirigentes de la Unión Soviética habían caído locamente enamorados de la "cibernética". Al término de la Segunda Guerra Mundial, los trabajos de Gregory Bateson había alcanzado su pico de popularidad máximo, y sus naturales preocupaciones en torno al control, la gestión, la recursividad y la información encajaban como anillo al dedo en la economía planificada comunista.
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