¿Existen las «malas palabras»? Esta anécdota del poeta más leído de México, más aficionado al béisbol que al fútbol, jugador en su infancia de trompo, canicas, balero, yoyó y saltos de longitud, revela cómo Jaime Sabines, gran conversador, mantuvo algunos rastros de su natal Chiapas en su forma de hablar: el uso de las groserías.
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