En 1926 el psicólogo Lewis Termin decidió estudiar a un grupo de niños superdotados, conocidos como los Termitas. Muchos de los niños que participaron en el experimento alcanzaron fama y fortuna a lo largo de sus vidas, pero otros eligieron profesiones mucho más humildes. La felicidad tampoco estaba asegurada para los más inteligentes. Los niveles de divorcio, alcoholismo o suicidio eran igual que los de las personas normales. Ser inteligente supone ser más consciente de los problemas que nos rodean y por tanto, tener más angustia vital.
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