Durante la segunda guerra mundial, Canfranc se convirtió en el corredor más importante de personas y mercancías. Todo pasaba por allí, encubierto o a la vista, pero pasaba: los recados y los radiotransmisores de la resistencia francesa; el wolframio y el hierro que los regímenes neutrales de Franco y Salazar vendían a Hitler; el oro robado por los nazis –periodistas como Ramón J. Campos hablan de hasta 8 toneladas- que pasaba gracias a la vista gorda de los funcionarios franquistas.
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