En un principio las mujeres también participaron de la profesión de «advocatis», como se llamaba a aquellos que defendían a sus clientes ante los pretores, los jueces. Caya Afrania dedicó gran parte de su vida y sus energías a la defensa de otros, pero, por lo visto, con la excusa de su aparente vehemencia a la hora de llevar a cabo la defensa de sus clientes irritó tanto a los jueces que provocó que finalmente se dictara la llamada Lex Afrania que prohibía a la mujer el ejercicio de la abogacía.
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