Todo lo que sucede alrededor de Robot Dreams es casi milagroso. En primer lugar, la película, un hito no solo del cine de animación sino del cine de la emoción: una narración sin diálogos, puro ritmo, que engancha al espectador a un viaje directo hacia el amor y la amistad sin sortear el reverso de sufrimiento que esconde cada sentimiento. Y, en segundo lugar, lo improbable que resulta que una producción española, una apuesta suicida iniciada como un acto de amor artesanal, haya logrado triunfar en Cannes, en el Festival de Annecy
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