Entre las innumerables intolerancias que leo cada vez más a menudo en la burbuja de las redes sociales, regidas por un perpetuo y bulímico estado de indignación, hay una que me despierta una especial incomodidad: la de quienes se declaran intransigentes con las faltas de ortografía (...) Qué dignidad hay en esa apropiación del lenguaje escrito frente a los que priorizan el respeto de sus normas a su función primigenia: comunicarnos, decirnos, hablarnos, tejer complicidades desde la distancia, exponernos, abrirnos a los argumentos del otro.
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