Las palabras tienen gran capacidad de sorprendernos, lo mismo que las personas. Todos conocéis, por ejemplo, el adjetivo rancio. Su étimo latino rancidus significa ‘maloliente, podrido’ y con este sentido pasó al castellano (olor rancio, tocino rancio), aunque más tarde se usara también para calificar las cosas antiguas (rancio abolengo) y hasta las anticuadas (mentalidad rancia). Si seguís preguntando, la palabra os dirá que el sustantivo latino correspondiente a este adjetivo es rancor, de donde procede nuestro rencor.
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