Tuvieron que pasar unos mil quinientos años tras el fin del Imperio para que los técnicos romanos pudieran desembarazarse definitivamente de la etiqueta de fabricantes de arcos de piedra. De ello se encargaron tres ingenieros civiles italianos (Morandi, Nervi y Musmeci) que, con otras tantas obras inimitables, pulverizaron la tradicional impronta de los «puentes romanos».
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