Repartir miseria puede llegar a ser solidario si es el miserable el que desprendidamente comparte lo poco que tiene, pero nunca es solidario cuando es el gobernante el que reparte esa miseria porque antes ya ha destruido toda la riqueza, y menos cuando algunos lo hacen además desde la opulencia de su mansión, protegida del sufrido pueblo por alambradas de espino. Es ésa una distopía que cada día que pasa hace más real en nuestro mundo, y ante la cual premonitoriamente ya nos advertían los ciber-punks de los 90.
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