En el siglo II a.C. Roma era la principal potencia del Mediterráneo. Tras haber derrotado a las principales dinastías helenísticas del Mediterráneo oriental y haber acabado con la inestabilidad en la zona, los romanos empezaron a incluir la cuenca del Egeo en sus nuevas provincias. Sin embargo, en Asia Menor, la República encontró un peligroso enemigo. Aristónico, el último miembro de la dinastía Atálida de Pérgamo, se opuso a la última voluntad de su hermano Átalo III (138-133 a.C.) de legar el reino a los romanos.
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