La generación de los escritores que aprendieron a escribir bebiendo, por suerte, se ha extinguido y, con ella, otros falsos mitos que desde siempre han acompañado este oficio tan admirado, deseado e idealizado. Francis Scott Fitzgerald admitía sin tapujos que no podía entender cómo algunos podían concebir, aunque solo fuera una sola frase, bajo el efecto de las drogas cuando para él el oficio requería litros de café, noches en vela y encierro.
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