Era un Madrid acomodado y discreto, educado, de profesiones liberales y abolengo republicano, que miraba con desprecio los excesos horteras de los banqueros. Con los años ese mundo se fue volviendo más autorreferencial y obsesivo, o quizá yo más impaciente y revirado: se me fueron quitando las ganas de leerle. No sé si seré el único lector suyo que se dio por vencido sin luchar ante los volúmenes sucesivos de Tu rostro mañana, o que leyó y luego olvidó totalmente Los enamoramientos y Berta Isla. El Reino y la Corte de Redonda se volvió una…
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