¿Quién debe ocupar el lugar prioritario en la educación moral de los hijos: la familia o el Estado? Pues ninguno de los dos. Lo que se debe procurar desde ambas instancias es que el adoctrinamiento inevitable que supone la educación familiar se vea a su vez compensado con la promoción del pensamiento crítico y autónomo de los alumnos. Porque no es ni la familia ni el Estado los que tienen al fin que decidir cómo pensamos y vivimos sino nosotros mismos. Esa capacidad de cada uno para decidir libremente es la que debe fomentar la escuela.
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