Jean Francois Poujot recorría a menudo sus plantaciones, orgulloso de sus plátanos. Sabía su historia como ningún otro. Que tuviera esas plantaciones se lo debía a los árabes. También, a los portugueses. Aquel magnífico fruto verde o rojo era muy sabroso cuando se lo cocinaba como correspondía. Pero una mañana se topó con algo sorprendente: entre sus plantaciones había un plátano de otro color, más bien amarillo. ¿Qué había sucedido?. Lo que había ocurrido había sido una mutación. Enseguida se dio cuenta de que era más sabroso, más dulce.
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