Los expertos en innovación han pasado por alto durante mucho tiempo de dónde proviene esa innovación. El ordenador personal, la bicicleta de montaña, el páncreas artificial, ninguno de estos avances surgió en un gran laboratorio de I + D, sino de usuarios que trabajaban en sus hogares. Reconocer esta realidad, y alentarla, sería bueno para la economía (y también para el alma).
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