Como otros tantos, Hobbes o Borges copiaron y fueron copiados, dejando a la vista una evidencia más que notable: que el acto mismo de copiar es un aplauso y un reconocimiento explícito. El que copia es discípulo y el plagio una admiración, una influencia manifiesta. Ahora bien, la copia no puede, aunque quiera, ser exacta: adolece del fulgor original.
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