El problema de someter las políticas educativas al estrés centrífugo de la polarización es que impide abordar nada con un mínimo de rigor, elimina la posibilidad del matiz y arrasa el espacio de encuentro donde podría alcanzarse un acuerdo de mínimos que sirviese, al menos, a una generación de estudiantes. Lamentablemente, la última preocupación de los partidos parece ser el alumnado: antes de referirse a él, los políticos esgrimen las libertades de los padres y hasta los derechos de las lenguas.
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