Los profetas bíblicos eran supuestos mensajeros de Dios, intermediarios entre lo divino y lo humano («profeta» significa literalmente emisario o vocero), por lo que cabría pensar ingenuamente que han desaparecido, barridos por el racionalismo ilustrado junto con las brujas, los chamanes y el arca de Noé. Sin embargo, siguen vivitos y coleantes en nuestra cultura supuestamente laica y racionalista, aunque hayan cambiado de nombre; ahora se llaman, genéricamente, «intelectuales»; pero el término es tan amplio y ambiguo, tan perverso y polimorfo —
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