El Padre Cid, que tras el golpe fascista oficiaba misa en la tenebrosa cárcel Nueva, en Valladolid (recientemente inaugurada por la República en junio de 1935), repetía una y otra vez que el desgraciado preso, antes de ser fusilado por sus «pecados», recibiera la hostia consagrada y así, aseguraba, su pesar sería más leve. Luego, en los casos en que el fusilado dejaba a sus hijos solos, se encargaba de «reeducarlos» en el patronato que fundó. Con el estallido de la Guerra Civil, en Valladolid, feudo del derechismo, la represión fue tremenda
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