Cuando supo que la iban a fusilar aquel 8 de marzo de 1940, Vicenta Mena Mahiques, de 28 años, decidió como último gesto de orgullo ante sus asesinos ponerse sus mejores zapatos. Sabía que nadie recordaría su nombre, pero tenía la esperanza de que un día, muchos años después de su ejecución, alguien encontraría sus restos amontonados y confundidos con los de otros ajusticiados como ella, solo por pensar diferente de sus verdugos, y repararía en aquel par de zapatos con los que defendió la dignidad que le arrebataban con su asesinato.