La historia es la siguiente. Desde 1773 se venía hablando de un supuesto libro perdido llamado El Buscapié. Vicente de los Ríos, y otros tantos historiadores admitían que en algún lugar del mundo debía haber un “tomito (…) como de unos seis pliegos de impresión, de buena letra y mal papel” titulado El Buscapié y cuya autoría era de Cervantes. Este libro había sido visto por última vez Antonio Ruidíaz quien lo leyó en casa del conde de Saceda, desde entonces todo era misterio... Hasta que en 1848, un joven Adolfo, de 24 años, daba con él.
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