El 18 de marzo de 1314, Jacques de Molay y un puñado de sus caballeros templarios, tras soportar torturas y muchas otras humillaciones, fueron enviados a la muerte. De Molay era un hombre ya anciano, cansado de la vida y orgulloso de sus logros. Sabía que la tragedia que se había abatido sobre sus hermanos y sobre él mismo era el resultado de una conspiración. También estaba al corriente de que el rey de Francia había decidido torturar y finalmente ejecutar a estos hombres inocentes, leales caballeros de Francia.
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