El espíritu de malevolencia ha sobrevivido al ejercicio efectivo de ella. Aprendemos a doblegar nuestra voluntad y a conservar nuestros actos públicos dentro de los límites de la humanidad mucho antes de llegar a poner nuestros sentimientos e imaginaciones al mismo diapasón de mansedumbre. Renunciamos a la demostración exterior, a la violencia bruta, pero no logramos eliminar la esencia o principio de la hostilidad.
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