La vida de parque, los hurtos impulsivos, las peleas entre pandillas, los negocios al borde o fuera de lo legal (trapicheos, seguridad para discotecas o rockeros…), fueron actividades a las que se dedicaron muchos jóvenes madrileños entre, más o menos, los sesenta y el año dos mil. Algunos lo hacían por falta de recursos, para ganarse la vida (y estos solían ser los macarras de extrarradio), otros, sencillamente, porque sabían que sus tropelías quedarían impunes (y estos eran los “pijos malos”, hijos de gente bien relacionada con el franquismo)
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