A partir de Constatino, el catolicismo se va fusionando progresivamente con el poder imperial romano y comienza a parecer una política dogmática contra el paganismo que, a partir del emperador Justiniano, se acaba convirtiendo ya en una persecución manifiesta de toda religión y filosofía que no coincida con la ortodoxia católica. De este modo, triunfa la tendencia fanática que ya habían exhibido los denominados padres de la iglesia, como el caso de Tertuliano, que abogaban por aniquilar el librepensamiento y la heterodoxia.
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