Pepa Flores —Pepi, como la llamaban los suyos— solo quería ser dos cosas cuando fuera mayor: bailarina y Lola Flores. La niña malagueña convertida en prodigio durante el franquismo bajo el nombre de Marisol defendía de adulta que el prodigio nunca existió, que solo era “una niña absolutamente normal que hacía las cosas con naturalidad”.
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