Del mismo modo que Alex Ross, en su impecable El ruido eterno (2007), establecía los paralelismos necesarios para valorar el influjo de las primeras vanguardias artísticas en el mundo de la música clásica, centrando su análisis en cómo el ruido (real pero, sobre todo, conceptual a través de esa búsqueda enfermiza de la atonalidad) se convirtió en denominador común de determinadas grabaciones señeras realizadas a lo largo del siglo XX, piensa uno que bien se podría realizar un ejercicio similar con respecto al postmodernismo.
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