Quignard, que tuvo una infancia difícil en Le Havre, marcada por la destrucción de la guerra, la anorexia y la tendencia a sumirse en silencios profundos, cultivó la música desde varios instrumentos, renació en el Mayo francés bajo la tutela de grandes pensadores y escritores, trabajó intensamente con los Gallimard, fue director del Festival de Ópera Barroca de Versalles y acabó apartándose de todo hace treinta años para centrarse en una de las obras más intensas y personales —y desconocidas para el gran público— de las letras europeas actuales
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