Hace pocos meses, Carlos Buesa y su mujer Tamara Maes se encontraban en una situación difícil. Después de muchos años de trabajo y más de 12 millones de euros de inversión, a su empresa, Oryzon Genomics, se le acababa la gasolina. Si no encontraban financiación pronto, su proyecto podía irse al traste. El sábado pasado, en un hotel de Madrid, los dos se preparaban para tomar un avión hacia unas breves vacaciones, agotados y exultantes, después de firmar el mayor acuerdo de la historia de la biotecnología española.
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