A través de los siglos, el suicidio ha sido un compañero silencioso que ha desafiado una y otra vez nuestra filosofía, nuestra religión y nuestras leyes. Lo sigue haciendo. Y por eso, pensar sobre él, desde los compromisos científicos, es algo trágico. Algo que nos enfrenta a una desagradable pregunta: ¿Cómo es posible que hayamos evolucionado para matarnos a nosotros mismos? No se formará ningún órgano con el propósito de causar dolor o hacerle daño a su poseedor», escribía Darwin en ‘El origen de las especies’. Y, sin embargo, nos suicidamos.
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