Esa patata caliente que es el Valle de los Caídos, a la que nadie se atreve a meterle mano porque no se tiene claro qué hacer con ella, también la tuvieron los rumanos cuando Ceaucescu fue ejecutado en 1989 llevándose con él a la tumba el régimen comunista, pero dejando un recuerdo voluminoso y estridente en pleno Bucarest. Se trataba del Palacio del Pueblo, un megaedificio que no levantaba simpatías ni desde el punto de vista histórico ni desde el estético, pero para el que se encontró solución, convirtiéndolo en sede del Parlamento rumano.
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