Todos los lectores apasionados conocemos ese aroma tan particular, que tal evoque a la infancia, a la biblioteca del abuelo: el olor de los libros viejos. Lo curioso es que, a pesar de que todos somos capaces de reconocer el aroma característico de un libro viejo, casi nadie podría definirlo en términos comparativos. Después de todo, los libros solo huelen a libros.
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