El cómitre, dueño y señor de la crujía de la nave que en su angosto reino longitudinal sentenciaba las espaldas de la chusma firmando la sentencia en sus costillas a golpe de corbacho, ha sido siempre un personaje denostado y visto poco menos que como un verdugo que se ensañaba con los penados con sádico afán. Pero en esto, como en tantas otras cosas, se parte de estereotipos y prejuicios infundados.
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