Hace muchos años, cuando nuestra civilización apenas empezaba a formarse, la economía romana se basaba en la esclavitud. Un esclavo era un objeto de propiedad, un bien costosísimo y fundamental para la producción económica. En el mercado se encontraban multitud de esclavos de muy diverso valor. No sería igual comprar un esclavo analfabeto, débil o viejo, que adquirir un ilustrado profesor de retórica o un experto contable. Pero la compraventa de esclavos planteaba multitud de problemas jurídicos.
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