Dragó, dicharachero y chispeante como siempre, pero con ese olímpico desprecio por el sufrido fondo de la cuestión que por todas partes nos envolvía, empezó a tratar de ganarse al auditorio deshaciéndose en elogios de la gran literatura rusa. Casi nos corren a boinazos. Yo que iba de acompañante muda tuve que empezar a propinarle rodillazos por debajo de la mesa: «Deja de hablar de los maestros rusos… ¿que no ves que a estos tu amigo Putin les acaba de volver a invadir?». Apercibiéndose de la metedura de pata y de su posible alcance, trató de…
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