Orwell imaginó un mundo en el que el poder imponía un lenguaje a sus ciudadanos para controlarlos mejor y llevarlos a la inconsciencia. Era la Neolengua, creada por los funcionarios del Ministerio de la Verdad. Hoy, democracias y regímenes totalitarios han hecho de la manipulación del lenguaje una eficaz y poderosa arma de dominación.
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